Aquel me decía que tenía ganas de tomarse un mes de agosto de vacaciones. Claro, pensé yo, yo también lo solía tener cuando no vivía en el campo.
Yo enseguida expuse mis argumentos: las ventajas de no irse de vacaciones entre el quince de julio y el quince de septiembre eran muchas. La primera de ellas, los precios mucho más asequibles de los hoteles y/o apartamentos o casitas rurales (yo he sabido de cifras astronómicas pagadas por la primera quincena de agosto, por un cuchitril a 500 m de la playa, claro que se mete una familia de 12 miembros y se amortiza). La segunda, la relativa tranquilidad de irte a descansar sin agobios de gente, aunque a muchos es precisamente eso lo que les gusta. Si no hay gente, no se sienten de vacaciones.
Claro que le expuse que lo que de verdad mola para irse de vacaciones es tener una casita en el pueblo. Benditos pueblos de los abuelos. Esos en los que puedes ir en chanclas al súper porque nadie va a fijarse (esto siempre suponiendo que haya súper en el pueblo en cuestión), y en los que las cenas del fin de semana se resuelven en la calle junto a los vecinos. Benditos pueblos en los que por cuatro chavos te sacas el bono de la piscina y mitigas los calores yendo a ponerte en remojo, y en los que algunas noches ponen cine de verano y vas a ver lo que te echen junto al resto de los lugareños.
Con todo esto, le decía que se ha perdido el valor de las cosas sencillas. El irte a pasar el día en la playa con la tortilla de patatas, los filetes empanados y la sandía bien fresquita (y buena cosa de cerveza fresca, of course). Ahora, nos metemos en los centros comerciales a pasar las tardes libres, nos clavamos en el burguer de turno a la hora de comer cuando vamos a la playa, y parece que no somos nadie si no tenemos el último móvil de moda en el bolso.
Así que ahí estaba yo, reivindicando las cosas sencillas y que apenas cuestan dinero. Sólo necesitamos tener ganas, y mi compañero me daba la razón. Y eso que es mucho más joven que yo. Como este helado que hoy os traigo, porque donde se pongan las cosas sencillas de siempre, que se quiten todos los sabores de moda. Sólo necesitamos unas fresitas bien sabrosas, como unas que vi yo en el súper el otro día y que me decían: llévanos contigo, haznos helado... Y no me pude negar. Fueron muy convincentes.
Para hacer este helado sólo necesitáis un poco de paciencia, porque para mantecar el helado e impedir la formación de cristales de hielo, necesitáis removerlo cada media hora durante tres horas. Pero es una faena que apenas os llevará tiempo, y podéis hacer otras cosas mientras tanto. El resultado merece y mucho la pena. Sólo tendréis que tener la precaución de sacarlo del congelador unos 15 minutos antes de degustarlo, para que quede manejable. Ya me contaréis.
Tiempo: 5 min + 3 horas para mantecarlo + 2 horas de frío. Lo ideal es hacerlo de un día para otro.
Ingredientes (para 1'2 litros de helado):
- 350 ml de puré de fresas.
- 350 ml de leche entera muy fría.
- 400 ml de nata para montar muy fría.
- 125 ml de azúcar (un envase de yogur).
- 1 chorrito de extracto de vainilla (opcional, pero te lo recomiendo).
Preparación:
Lavamos las fresas y les quitamos el pedúnculo, trituramos hasta conseguir 350 ml, yo he necesitado unos 400gr.
Vertemos el puré de fresas y añadimos el resto de ingredientes. Batimos muy bien con el brazo de la batidora y vertemos en un molde de metal (mantienen mejor la temperatura). Llevamos al congelador.
A la media hora, removemos muy bien con un tenedor. Volvemos a meter en el congelador.
A la media hora, volvemos a remover. Comprobaremos que han empezado a formarse los cristales, removemos muy bien para deshacer todo lo que se haya empezado a solidificar. Volvemos a meter en el congelador.
Así hasta que hayan pasado tres horas. Tapamos con film y dejamos al menos dos horas más. Si es toda la noche, mejor.
Para servir, sacamos el molde del congelador con algo de tiempo, 10-15 minutos, para que pierda dureza y sea más fácil de manejar. Tened en cuenta que no lleva aire y queda muy duro recién sacado del frío. A los pocos minutos empieza a quedar cremosito.
Delicioso, si queréis podéis ponerle trocitos de fresa, ¿qué os parece?
Totalmente ciertas vuestras palabras. A estas alturas parece que si no te marchas de vacaciones a la República Dominicana o a Bali no eres nadie. Antes si te ibas a la playa unos días eras primo hermano de dios. Y sí, no hacía falta tanto para ser feliz y ahora parece que la felicidad esté unida siempre a esas cosas materiales que no tenemos, pero que cuando conseguios tampoco somos felices porque de repente se nos crean otros intereses y volvemos a desear algo que seguimos sin tener.
ResponderEliminarOdio las cadenas de hamburgueserías (y eso no quita que una vez al año o cada dos años me vea arrastrada a una por mi marido) y odio los platos precocinados que cada vez ocupan más y más espacio en los supermercados. Bien es cierto que nuestro tiempo es limitado pero de ahí a sólo entrar en la cocina para calentar la comida en el microondas hay un abismo enorme.
En fin, que has tocado en tema sensible, al menos en mi caso, y no puedo más que darte la razón y decirte que ese helado, de sabor clásico donde los haya, tiene una pinta maravillosa
¡Besos mil!