Y enero llegó.
Casi sin darnos cuenta, el mes de diciembre fue siguiendo su curso: primero aquellos que pudieron se marcharon de puente en la Purísima; más tarde, nos plantamos en la semana de cenas de empresa, en las cuales lo dimos todo con los compañeros por una noche; luego llegó la nochebuena, con sus pantagruélicas cenas en familia. El día de Navidad utilizamos el sentido común, y nos comimos las sobras de la noche anterior, pero llego la nochevieja, y nuestros cuerpos, ya entrenados en soportar digestiones pesadas, pedían más y más, y mientras tanto, nuestras básculas nos miraban de reojillo, entre risitas ahogadas, pensando que ya se vengarían de nosotras llegado el momento.
Pero, ¡espera! no habíamos contado con la semana de Reyes. ¡Ay pobres almas incautas! aún nos quedaban mazapanes en la despensa, turrones de chocolate crujiente y su graciosa majestad el Roscón de Reyes.